Por Carlos Campos C, periodista y comentarista de Golazo.
Domingo 18 de julio de 1976, tarde lluviosa de invierno, se enfrentaban en el Municipal de Playa Ancha, Santiago Wanderers y Universidad de Chile a estadio lleno, motivado principalmente por ver el futbol de una “U” renovada, y al cuadro porteño que prometía llegar lo más arriba en la tabla con el mítico “Gallego” Pérez, en el banco y Francisco “Chamaco” Valdés, con la número ocho en la espalda. Lorenzo Cantillana es el árbitro, el ambiente esta caliente, el pleito es áspero, y la disputa de cada balón se presta para roces y discusiones.
Tempranamente, a los 11 minutos del primer tiempo, los azules abren la cuenta con el infortunio del central Manuel Maluenda, quien con un autogol derrotaba a su compañero de arco, Ricardo Frez. Pero el espíritu combativo de Wanderers lo hace reaccionar, y se va con todo en demanda del empate en busca de la portería del argentino Hugo Carballo.
Los recambios surten efecto en los caturros, en la segunda etapa. Juan Verdugo, habilidoso mediocampista se une a “Chamaco” en el medio, y comienzan a descomponer a la dura defensa universitaria liderada por Manuel Pellegrini, junto a Jhonny Aswelch , Heriberto Pizarro y Wladimir Bigorra, quienes responden con vehemencia, para frenar el talentoso volante, quien reacciona a una agresión, y Cantillana lo expulsa.
Wanderers queda con diez sobre el césped playanchino, con un gol abajo y con todo su público enardecido. El reducto porteño era una caldera, lo que lleva al descontrol a los propios jugadores caturros, que suman otros dos expulsados: Fernando Osorio y Francisco Quinteros. Wanderers se quedaba con 8 jugadores en cancha, faltando diez minutos para el final.
Sin embargo, Chamaco Valdés, se viste -una vez más- de héroe. Controla una pelota en mitad de cancha, elabora la “pared” en contragolpe con Jaime Fonseca, y el mismo lo culmina en gol venciendo a Carballo.
Faltaban menos de cinco minutos y se gestaba la hazaña, Wanderers empataba el partido con tres elementos menos en la cancha.
La “U”, alentada por su técnico Luis Ibarra, desesperadamente se va en busca del gol del triunfo, aprovechando la ventaja numérica. El ambiente del estadio, hace que el árbitro y los jugadores se descontrolen, mientras los hinchas wanderinos, se mantienen enfervorizados, alentando a su equipo, y pidiendo con insultos el término del pleito al referí. Playa Ancha, como en sus mejores tiempos es una caldera.
Pero faltaba uno de los epílogos más recordados por los hinchas del decano. Restaba menos de un minuto de juego, cuando un balón en profundidad llega al área wanderina. La prestancia y corpulencia de los centrales argentinos Jorge Omar Berrío y Rubén Díaz, hacen pensar que la pelota es de fácil solución para el rechazo, sin embargo, se estorban, preocupados de ir a embestir a Leonardo Montenegro, quien se filtra entre ambos, para entrar al área con pelota dominada y derrotar al portero Frez.
Era el 2 a 1 que ponía fin al esfuerzo caturro, pero que daría inicio a una de las mayores grescas que se han visto en una cancha de fútbol en Chile.
Tras el gol, Esteban “Toro” Aránguiz, quien en años posteriores jugaría por Wanderers (1984), le grita la conquista en la cara a los defensas centrales porteños, quienes reaccionan, y uno de ellos, Rubén Díaz, le propina un golpe de puño al rostro. Aránguiz, cae noqueado al pasto playanchino, y se inicia la pelea. Participan todos los jugadores, incluidos los suplentes de ambos equipos. Puñetes, patadas, golpes de kárate, etc., son lo que llena la vista de los espectadores que desde las graderías demuestran su indignación, por lo que carabineros debe esforzarse para contener a los hinchas que forcejean para romper las rejas y sumarse a la batalla campal.
Aránguiz, causante de la provocación, sangrando profusamente de su ojo, es sacado en camilla directo al hospital, donde posteriormente se le diagnosticaría un desprendimiento de retina.
Para colorario, el árbitro Cantillana, expulsa a otros dos jugadores de Wanderers, quedando con seis en cancha, perdiendo el partido.
Paradojalmente, ningún jugador universitario sería expulsado. Desde esa fecha, los azules se ganaron el apodo de “karatecas”.
Fotografía, archivo revista “Estadio”